Sentado
iba pensando en las tantas veces que había dicho no puedo y recordaba también
que cuando aceptaba la invitación, inventaba una excusa para esconder su falta
de interés en asistir a las reuniones religiosas; pero, esta vez era como una
obligación, un deber casi cívico para con un amigo después de haberle mentido con
premeditación alevosía y ventaja, tantas veces durante meses. Esta era pues una
forma de renovar la credibilidad para con él, la oportunidad que le daba para
que pensara que esta vez no mentía.
Observó
la av. en la que tenía que bajar, inmediatamente se levantó de su asiento y
bajó del ómnibus y mientras miraba hacía al paradero escucho una voz que le
dijo:
-¡José!
Volteando
la mirada al llamado vio la figura de su amigo Rubén, compañero de clases y de
charlas de salón donde discutían temas sobre la vida y sus tontas vicisitudes. Rubén era de baja estatura, medianamente
gordo y de buen carácter, siempre estaba de buen humor aún en los días de examen
cuando el profesor le ponía 5 en matemática, él siempre sonreía y a veces
parecía que se burlaba del profesor ante la nota. Daba la impresión que salía
bien en los todos los exámenes, pero siempre se las arreglaba para aprobar los
promedios finales.
-¡Hola! ¿Cómo estas Rubén?- dijo José cuando lo vio pararse
del asiento del paradero, junto con otro amigo.
Los dos
estaban vestidos formalmente, camisa y pantalón de vestir, zapatos mocasines y
de corbata azul marino. Parecían que se le acercaban rápidamente para venderle
un par de enciclopedias en oferta o algún contrato de seguro de vida con un
plan de pago muy económico.
-¡Hola José, gracias por haber venido!
-No Rubén, el agradecido soy yo- dijo José con cierta hipocresía.
-Te presento a Pablo un hermano del Templo.
-¿Cómo estas Pablo? mucho gusto.
Luego
del saludo protocolar, José y sus dos acompañantes subieron a una combi para
dirigirse al templo, lugar de reunión.
Durante
el viaje José se encontraba un poco nervioso puesto que era la primera vez que
asistía a una reunión de esta índole y comenzaba a imaginar que tal vez iba a
ser demasiado para él y tendría que soportar estoicamente todos los sermones de
algún Pastor con ganas de aburrir a un joven con cara de pecador confeso y
despistado como él.
-¡Llegamos José!- se le escuchó decir a Rubén, mientras
Pablo que se la había pasado todo el viaje leyendo la Biblia, salió del trance
y dijo:
-
¡Baja en la esquina por favor!- cerrando su
Santa Biblia y acomodándose su también santa corbatita azul marino.
-
¡Baja en Zubisarretaaaa!- Grito el cobrador que
dicho sea de paso tenía una cara de pirañita de los que deambulan por la av.
Grau de Lima angustiado por meterse una bolsita de “terokal” de a “Luca”.
Pensó José mientras se alistaba para bajar.
-
¡Apúrate amigo, baja rápido!- Siguió gritando el
cobrador, dirigiéndose a José que estaba demorándose en bajar, ya que se había
sentado al costado de una gordita y con empujones, sobaditas y algo más logro
bajar casi extenuado.
-
¡Qué tal raza!- dijo José al bajar.
-
¡Qué se habrá creído este igualado!- dirigiéndose
a Rubén y Pablo que preguntaban extrañados:
-
¿Qué sucede José?
-
Lo que pasa es que a mí nadie me grita y menos
ese candidato a huésped vitalicio del “Castro
Castro”, lo digo por el cobrador ¿Qué? ¿no dio cuenta que estaba al lado de
un cerro de senos y de piernas? ¿Y decirme amigo a mí? Sí, amigo, pero de lo
ajeno será este “canevo” de “combi misia”.
-
¡Cálmate un poco, recuerda tolerancia José
tolerancia!- dijo Rubén esbozando su ya clásica sonrisa.
Pablo un poco sorprendido por el comentario
sólo atino a decir:
-
¡José seas bienvenido a nuestro templo!-
Y
llegaron a una casa pintada la fachada de blanco, era grande, tanto que parecía
ocupar dos lotes de la manzana en la que se encontraban. Era sólo de un piso y
tenía un portón negro abierto de par en par en las cuales estaban escritas con
grandes letras el nombre: Iglesia Evangélica “Ríos de Agua Viva”.
Entraron
Rubén y José juntos, Pablo se quedó en la puerta con dos “hermanos” más que
gentilmente le daban la bienvenida al joven tímido y más nervioso José.
Ya
en el interior de la Iglesia se observaba que había mucha gente y pocos
asientos vacios pues habían llegado justo a la hora de inicio y aproximadamente
eran las 7 de la noche. Viendo un asiento vacío José aprovecho la oportunidad
para decir:
-
Yo me acomodo aquí nomas Rubén.
-
No, tengo reservado un asiento vació en primera
fila para ti, más adelante, sígueme no tengas miedo- dijo Rubén caminando
apresuradamente a lo que José contesto resignadamente con un movimiento de
cabeza.
Conocido
era su miedo a sentarse en los primeros asientos en las aulas de la
Universidad, siempre prefería sentarse al fondo porque se sentía más cómodo y
de esta manera pasar desapercibido de vez en cuando ante una pregunta del
“profe” que pudiera poner en duda sus conocimientos enseñados en clase.
-
Bueno te dejo porque tengo que apoyar a los
demás hermanos, ¡ah! nos vemos más tarde- dijo Rubén dejándolo en la primera
fila.
-
Muy bien Rubén- dijo José con un tonito que
sonaba más bien a preso recién sentado en la silla eléctrica.
Sentado,
observó que el altar era elevado con una gran alfombra roja en el piso que le
daba el aspecto majestuoso, el lugar tenía una buena iluminación y en el altar había
lo que para José le parecía ser lo más cercano a un atril que se dejaba ver
junto con un micrófono. En las paredes
sólo habían grandes parlantes apostados
a media altura y al fondo un par de guitarras eléctricas reclinadas en la pared
junto a los demás instrumentos se distinguían de la periferia del sagrario.
El
ambiente era muy cordial, mucha amabilidad y concordia entre todos, apretones
de manos, abrazos y parabienes entre hombres mujeres y niños se sucedían con
gran beneplácito, parecía que en esos actos tan ceremoniosos se disfrutara de
una forma intensa e inacabable como si
formara parte de un rito, preámbulo del que se iba a iniciar.
Saludo
tras saludo iban desapareciendo los pocos asientos vacíos que escasamente ya se
podían ver y de un momento a otro aparece un “hermano” vestido de cuello y
corbata dirigiéndose al atril y hablando por el micrófono agradeció a Dios por
la asistencia de todos los fieles e invitando con amabilidad a levantarse de
sus asientos para cantar una ofrenda musical.
Y
en ese momento se vio salir por los laterales a los músicos encargados y
súbitamente surge una pequeña silueta dirigiéndose a la batería, sí es él, el
inefable Rubén. José un tanto sorprendido por el hecho, ya que desconocía esa
faceta de su menudo amigo, ya que “el chato” –era así como le decían en la
universidad- nunca dio señales ni siquiera de tocar el triangulo en el colegio
y así parecía porque era un poco huraño con los amigos y compañeros y se
aislaba fácilmente de reuniones y diálogos ocasionales en los ambientes de la
facultad.
La
primera canción se dejaba escuchar con gran fuerza y sus melodías llegaban a
cada rincón del templo haciéndolo resonar. Todos en forma unísona cantaban con
gran fervor, como si fuera una elevada oración que los llenaba de regocijo. La
alegría comenzaba a envolver a José que por momentos solo aplaudía para no
parecer ajeno a la realidad. Terminada la canción, el “hermano” del atril
anunciaba la próxima entonación con lo que todos los presentes comenzaban a
cantar.
Fue
así que José dejaba poco a poco su nerviosismo inicial, pero ahora se
encontraba sujeto al desconcierto que
crecía canción tras canción. Interminable se tornaban las melodías que
abrumaban sus impetuosas ganas de ser coparticipe de la exaltación general.
Aplausos, bailoteos y hasta saltos acompañados de una gran determinación para
cantar, cerrando los ojos a veces, seguidos de un armonioso movimiento de manos
y piernas al compas de la música que por momentos parecía llegar al paroxismo,
dejaban a José sorprendido y con un
sabor a estupor y sobresalto, ya al límite de la calma José empezó a especular
sobre el panorama ancho y ajeno del que era testigo y comenzaba a increparse el
porqué de su asistencia.
Evidente era ya su desgano que reflejaba a
los demás. Cuando por la mente se le cruzaba la idea de salir del templo y se
preguntaba: ¿Qué hago yo aquí un sábado por la noche?, recordaba las sabias
palabras de su amigo Rubén: “Tolerancia, José, tolerancia”. Había perdido la
cuenta de la cantidad de canciones, pero sí estaba seguro que pasaban
sobradamente la media docena de ellas.
El
silencio se apodero de todos, hubo una gran calma inusitada que daba a
la
sensación a libertad, los fieles miraban
hacia el altar y el hermano en el atril con voz enérgica dijo:
-
¡Gloria a Dios hermanos!
-
¡Gloria a Dios!- fue la respuesta general que se
dejo escuchar en toda la cuadra y quizás en todo el Callao.
Después de invitar a
sentarse a los fieles, comenzó a leer un
pasaje de la Biblia, acto seguido todos la abrieron y lo siguieron. Como era
evidente José no tenia Biblia y solo se limitaba a quedarse quieto en su
asiento. Fue entonces que la persona que estaba a su lado izquierdo compartió
la lectura con él, agradeciendo ese gesto de cortesía y amabilidad, advirtió la
delgada figura de su acompañante y observó que su rostro era fino y de nariz
respingada, sus ojos eran grandes y de color del cielo que parecían brillar
cuando lo miraban. Sí, era la chica más bella que había visto y lo que era
mejor estaba junto a él. Sus dedos largos
y blancos le señalaban las líneas que se estaban leyendo, con una sonrisa, José
quedó cautivado mientras leía.
Terminada la lectura
el hermano del atril habló a los fieles sobre la importancia de la fe.
-
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe
y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. Efesios capitulo 2, versículo 8-
dijo el “hermano” a todos.
¿Cómo se puede creer en un Dios
que no se puede ver, ni sentir su existencia?-Se preguntaba José al escucharlo.
No
compartía las palabras pronunciadas pero sentía sí respeto a la creencia de
todos y aunque de pequeño asistía a una Iglesia Católica, nunca creyó
verdaderamente en algo. Tenía un apego hacía lo material y predominaba en él la
búsqueda de identidad, de una reafirmación de su personalidad. Vacilante en las
decisiones que tomaba, tenía en cuenta su desarrollo personal y la idea de ser
reconocido ante su propio mundo. Moldeado por una “Sociedad moderna”, trataba
de negar todo lo que no pudiera ver ni tocar. La dependencia cultural lo tenía
atado y quería tener siempre la razón, y aunque a sus 23 años ya no era un
adolescente a veces se comportaba como tal.
En
al altar se anuncia la presencia de una invitada especial de otro lugar. Su
presencia era esperada de antemano por todos los fieles, que la consideraban
una persona muy espiritual, dueña de un don sobrenatural. Se alistó junto al
atril un micrófono más se acomodaba dos cámaras de grabación de video, que
enfocaba a los fieles y hacia el altar. Muchos hermanos caminaban presurosos al
fondo, parecía que algo muy importante estaba por ocurrir.
Hizo
su entrada hacía el altar una mujer madura de baja estatura, de figura gruesa,
cabello corto y de rasgos caucásicos. Llevaba puesto un vestido floreado no muy
largo y con pasos cortos pero firmes se dirigió al micrófono del atril,
acompañada de un hombre de raro aspecto y de vestimenta estrafalaria. Llevaba
puesto una camisa amarilla y saco dorado refulgente, pantalón negro de basta
ancha y alta y que dejaban ver sus medias a cuadros marrones. El cabello lo tenía
casi largo y mal peinado, sus gestos eran torpes. Parecía sacado de una tira cómica
o de algún personaje de Disney.
-
¡Good
evening brothers and sister!- pronuncio la mujer.
-
¡Buenas noches hermanos y hermanas!- dijo su
estrafalario acompañante.
-
¡My
name es Daysi, miss Days!.-
-
¡Ella es la señorita Daysi y yo mister Chilly,
su intérprete- continuo no muy literalmente el susodicho.
José
comprendió que la presencia de miss Daysi al templo “coincidió” con su visita.
Mientras escuchaba la traducción José observaba una gran disposición y
deferencia de todos los fieles.
La
mirada dulce y a la vez penetrante reflejaba una simpatía contagiante. En cada
palabra miss Daysi le daba una energía y firmeza, pero con moderación, que
dejaba constancia que aquellas palabras le emanaban y fluían a través de su cuerpo y no era un
libreto aprendido, sino más bien algo espontaneo, surgido de muy dentro de su
corazón.
-
¡Demos gracias a Dios por su gran misericordia!-
-
¡Aleluyaaaaa!- gritaron todos.
-
¡Más fuerte que no se escucha hermanos!- replicó
mister Chilly de forma independiente, gesticulando con sus manos
exageradamente.
-
¡Aleluyaaaaa!- se dejo escuchar esta vez en
forma grandilocuente.
Una
mirada acusadora de mister Chilly comprometió a José a gritar mas fuerte, que
empezaba ya a sudar al ver las cámaras grabando en primera fila.
-
¡Dios es verbo hermanos!- seguía traduciendo
mister Chilly.
El
cansancio y la falta de atención era algo que José no podía evitar y al
escuchar las palabras del traductor, pensó que en ese momento el verbo que
necesitaba era “sobrevivir”. Comenzó a mirar a mister Chilly que se encontraba
a una buena distancia del atril y se quedó quieto preguntando para si.
-
¿Dónde he visto antes a este señor?- El aspecto
huachafo le pareció familiar y pensó socarronamente:
-
¿No será un charlatán de los que abundan en la
av. Abancay?- y mientras mister Chilly seguía traduciendo…
-
¡Debemos apartarnos del pecado hermanos!-
mientras José seguía pensando…
-
¿O es tal vez un ex –pájaro frutero de la parada
reinsertado en la sociedad?
Era
evidente que mister Chilly no le caía bien contrastando con la simpatía que
irradiaba mis Daysi desde el atril, que a su vez trasmitía una paz contagiante,
un semblante distinto a todos.
-
¿quiero esta noche hacerles una gran pregunta?-
al decir esto mister chilly y todos en el templo miraron con atención al altar
donde estaba mis Daysi.
Hubo un silencio. Los fieles
estaban muy atentos esperando, pero miss Daysi hizo una pausa como si tomase un
pequeño descanso para meditar sobre lo que iba a decir.
-
¡Levanten la mano todos los que son salvos!- Una
pregunta muy simple que cayó como un rayo a todos los fieles.
Nadie
esperaba una pregunta como esa, fácil de responder, ya que casi de forma sistemática
los fieles levantaron las manos con energía y rapidez y se podría decir también
con un poco de jactancia.
Para
José las cosas son distintas; miedo, vergüenza mezclada con un poco de
frustración, era más o menos parecido lo que sentía. Miraba a todos a su
alrededor y se quedó estático, como esperando a que transcurran esos segundos
que parecían una eternidad. Advirtió que la linda hermanita que estaba a su
costado lo miraba y también, pero él no se dio cuenta, miss Daysi desde el
altar. Pero como se esperaba él no levanto ni siquiera el dedo meñique, aunque
con gusto lo hubiera hecho para no pasar ese mal rato, pero José era fiel a sus
convicciones y no estaba dispuesto a fingir algo que no sentía ante todos los
miembros del “club”, era así como llamaba al templo.
-
¡Aleluya hermanos!-
-
¡Aleluya!- gritaron todos mientras José se quedó
callado.
Fue
después de esto, que el escenario se transforma y todo cambia porque un llamado
apareció como un rayo pero esta vez caía sobre José.
-
¡Vengan a mí los que no han levantado las
manos!-
La
voz del atril lo sumergió en un profundo silencio, llevándolo a un terreno desconocido
el cual dudaba en pisar. Una lucha interna se libraba en su corazón y las
palabras se presentaban como una sentencia, que ya empezaba a gobernar en él,
dejándolo totalmente vulnerable.
-
¡Vengan para ser hombres nuevos y conocer la
verdad!-
Había
algo en aquella voz que emergía del atril. José notaba algo distinto que no
podía entender, ni tampoco su incredulidad que cuestionaba de que hombres
nuevos y verdad se hablaba, aquella incredulidad que dominaba parcialmente su
voluntad de dar un paso hacia delante.
Y
pronto vio pasar hacia el altar a una mujer que ya peinaba canas, caminando
lentamente. Después de unos segundos vio a un hombre vestido informalmente,
luego, uno, dos, tres…y más personas que se acercaban y las cámaras de
grabación seguían cada momento, cada segundo transcurrido. Miss Daysi se alejo
del atril y se quedo en las gradas del altar y uno de los hermanos que
permanecían en el fondo tomo el micrófono para que pudiera continuar miss
Daysi, que en ese momento levantaba las manos y mientras mister Chilly
traducía:
-
¡Acepta ahora a Jesucristo en tu corazón!- y
casi inmediatamente…
-
¡Hoy él te ofrece la salvación!
Y
poniendo su mano sobre la frente de la mujer, hablaron algo que no se dejo
escuchar e inmediatamente la rodearon mas hermanos formando un circulo y luego
de lo que pareció una pequeña oración, aquella mujer se desmayo cayendo
lentamente hacia atrás, pero la oportuna reacción de los hermanos se evitó una
fuerte caída. La sostuvieron y la dejaron echada en la alfombra donde
permaneció su cuerpo yerto a un costado.
Absorto
ante el espectáculo que presenciaba, José no podía preguntarse más nada. Parado
en la primera fila como un simple espectador, sintió un ingente impulso de ir hacia
delante. Sólo cinco metros lo separaban físicamente del altar, pero tenía un
temor, un miedo a qué le podía suceder. Una indecisión que laceraba su corazón
y manejaba sus sentidos. Un hálito ufano se mostraba inexpugnable a su
alrededor aislándolo del lugar en el que se encontraba.
-
¡Esta noche Dios está esperando una persona!
Una
afirmación que pesaba como una losa sobre sus espaldas haciéndolo tambalear
anímicamente. Unas palabras que lo sentenciaban totalmente a la pena máxima
habida sobre tierra o la bendición más grande que persona podría recibir. No
hay escapatoria él era el que faltaba…
-
¡Él es el camino, la verdad y la vida!
Terminando
de decir esto miss Daysi hizo un alto a todo y empezó a mirar a todos los
fieles como esperando una respuesta. Cada segundo prolongaba la incertidumbre y
el silencio se hizo cómplice de él, dejando al templo al borde de una total
conmoción.
No
hubo mucho que esperar. Los fieles presenciaron la aparición de una persona que
sobrecogió su mutismo, su aparición freno de golpe la incertidumbre reinante, dejándolos
sólo en disimuladas miradas. José se levanto de su asiento para ir hacia la
puerta de salida. Con pasos apresurados intentaba no mirar a nadie. Salió del
lugar para dirigirse raudamente hacia el paradero. Subió a la combi y luego
tomó el colectivo que lo llevaría a su casa.
No entendía aun lo que le estaba sucediendo esa noche. En el trayecto José
pensaba en todo lo que le había ocurrido en el templo y por un momento se le
cruzo por la mente la idea que todo fue una farsa y se dijo:
-
¿Y si todo fue un engaño?
-
¿Quién está detrás de todo esto?
-
¡Ese mister Chilly sólo hizo un poco de teatro!
Pero tenía dentro de él algo que lo
estaba invadiendo y no podía explicarlo con razonamientos humanos y que oprimía
su pecho con fuerza. Mientras veía por la ventanilla del colectivo la gente que
salía de compras porque eran días cercanos a la navidad. Y súbitamente vino
como palabras susurradas a su mente que le decían: Las personas que estas saliendo
de compras apuradas y con muchos regalos estaban muertas y que el lugar de
donde había salido las personas estaban vivas. José no entendía nada pero
sintió tristeza por ellos. Entre tanto pensamiento surge la figura de su abuela
a quien él llamaba mamá y sabía que lo esperaba en casa. Ella tenía el cabello
color plata producto de sus años vividos y siempre aconsejaba a José el
acercarse a Dios.
Se dirigió a su casa, abrió la puerta
con su llave e ingresa a la sala. Sentía tantas ganas de ver a su madre sentada
en la silla de madera en el lugar de siempre de la cocina, como acostumbraba
verla al llegar de estudiar. Pero esta vez, esta noche no la encontró y se
sintió sólo, miró toda la cocina y luego se dirigió al patio y fue allí que su
madre se encontraba tratando de lavarse los pies con un agua medicinal a base
de hierbas para bajar la hinchazón producto de una infección que padecía.
José al verla inmediatamente la ayudo y se
arrodillo para lavarle los pies, su madre se sorprendió y dijo:
-
¡Gracias hijo, que bueno que hayas llegado, me
estaba preocupando por ti!
-
Sí mamá, es que vengo de una reunión en un
templo.
-
dime hijo ¿cómo te fue?
José se quedo callado y siguió lavando a su madre, pero ella insistió.
-
Cuéntame hijo ¿Qué te sucede?
Sabes, había una Pastora invitada en aquel lugar y preguntó:
-
Levanten las manos todos los que son salvos y no
levante la mano.
-
Pero hijo, no levantar la mano no es tan malo.
-
Pero después hizo que todos los que no lo sean
se dirigieran hacia el altar de la Iglesia.
-
Y dime hijo ¿Tú qué hiciste?
Fue
en ese momento que José hizo una pausa, resumiendo en unos segundos todo lo que
sentía en pocas palabras, pero no pudo más y rompió en llanto. Las lágrimas le
brotaban recorriendo su mejilla hasta confundirse con el agua sobre los pies de
su madre. Al levantar la cara su madre notó su llanto. José respondió:
-
¡Mamá, no fui! ¡yo no fui!… ¡Él me llamó, pero
yo no fui!
Dicho
esto José se lanzo hacía su madre abrazándola fuertemente. El llanto efusivo
que no paraba estremecía su corazón haciéndolo sentir el ser más pequeño de
toda la tierra. Su madre notó la diferencia en José, él no era de llorar de esa
manera. Definitivamente hubo un motivo fuerte que lo llevase a ese estado y
ella comprendía quien estaba de por medio.
José
sabía que ese momento era uno de los más importantes en su vida, la cual no lo
cambiaría por nada y al transcurrir de los años el tiempo le dio la razón. Este
es el fin del relato, pero el comienzo de una historia que empieza con un sábado.
Un sábado como cualquiera que pasamos en casa, trabajando o divirtiéndose. Un día
como otro, para José un día que siempre recordará. El junto a su madre en un
tierno abrazo. Un momento dentro de la vida que le tocó vivir y las lágrimas
que le tocó derramar. Bendiciones.