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jueves, 20 de marzo de 2014

La huida a Egipto

Estaba en la mesa almorzando con mi hija antes de llevarla a la escuela, juntos estábamos mirando un programa de televisión, era el canal Encuentro, de la televisión nacional argentina. Me llamó la atención sobre la disputa que había entre dos pinturas exactamente iguales, la huida a Egipto, de el pintor maestro del clasicismo francés Nicolás Poussin . Y cada una reclamaba ser la original del artista ya fallecido. Los entendidos daban sus opiniones personales y la crítica especializada estaba casi dividida,  uno de ellos era la réplica del otro. Luego, de observar finamente, si se puede observar de esa manera, muchos especialistas daban opiniones sobre la tendencia del pintor en sus últimos años, las formas de pinceladas, el brillo y hasta la forma de dibujo del cuadro. Entre tanta polémica se hicieron estudios científicos como el de rayos X, que tenía la finalidad de saber el grado de borrones o arrepentimientos según palabras técnicas de los pintores, que no es sólo las veces que el artista borraba y volvía a pintar. Con esta prueba se supo, finalmente, que uno de ellos tenía varios borrones, y el otro no los tenía. Con ello se logro saber que aquel que no tenía borrones era la réplica, porque se había hecho conociendo ya las formas y los colores del autentico. Mientras que el autentico era sujeto a arrepentimientos del autor que cambiaba de opinión sobre el color, formas y texturas, durante su periodo de pintado.

Luego de conocido la veracidad de la pintura “La huida a Egipto”, es curioso saber que la persona que vendió el cuadro en un remate millonario, la reclamara como suya iniciando una larga batalla legal, la cual finalmente ganó. Y fue vendida en el 2007 por 17 millones de Euros.
Dios nos regala un cuadro, uno en blanco,  este cuadro en blanco representa nuestra vida, la cual tú y yo vamos pintando pinceladas cada día. Pero el valor del cuadro no está en cuan perfecta se vea para nosotros ni por las personas que opinen sobre ella, sino por el grado de arrepentimiento que tiene. Una copia pretende no tener fallas, pero para el autentico, las fallas son el reflejo de su autenticidad hasta llegar a ser una acabada obra de arte. Porque el no tenerlos no es una prueba de nuestra perfección, sino de nuestra autenticidad.
 ¿Cuántas veces hemos hecho un alto en nuestra vida y nos hemos arrepentido de lo que hicimos, para poder corregirlo? y ¿cuántas veces hemos vuelto a pintar un cuadro en blanco?

Algunos dibujan solo garabatos en su cuadro y luego reclaman ser originales, algunos no pintan nada porque es más fácil dejarlo así a que fallar y borrar, algunos se deciden hacerlo por su cuenta y se lanzan a pintar, probar, combinar para luego autoproclamarse experimentados artistas inventores de una nueva corriente contemporánea pero el resultado no es bueno, algunos viendo que les sale todo mal cansados terminan con todo y rompen el cuadro, pero otros van a aquel que les regalo el cuadro en blanco y le dicen que hago con el cuadro, enséñame a pintar, que colores tengo que combinar, que instrumentos tengo que usar y que necesito corregir. Estos señores son aquellos que oran a Dios y leen su palabra La Biblia, y van al dador de la vida, y se arrepienten de sus pecados y le piden su dirección y guía para empezar un cuadro en blanco nuevamente, el cuadro que pintaran no se llamará  esta vez La huida a Egipto o La huida hacia algún lado sino  “Un Nuevo Nacimiento”. Bendiciones.

domingo, 9 de febrero de 2014

La Voz del Atril


                Sentado iba pensando en las tantas veces que había dicho no puedo y recordaba también que cuando aceptaba la invitación, inventaba una excusa para esconder su falta de interés en asistir a las reuniones religiosas; pero, esta vez era como una obligación, un deber casi cívico para con un amigo después de haberle mentido con premeditación alevosía y ventaja, tantas veces durante meses. Esta era pues una forma de renovar la credibilidad para con él, la oportunidad que le daba para que pensara que esta vez no mentía.
                Observó la av. en la que tenía que bajar, inmediatamente se levantó de su asiento y bajó del ómnibus y mientras miraba hacía al paradero escucho una voz que le dijo:
-¡José!
                Volteando la mirada al llamado vio la figura de su amigo Rubén, compañero de clases y de charlas de salón donde discutían temas sobre la vida y sus tontas vicisitudes.  Rubén era de baja estatura, medianamente gordo y de buen carácter, siempre estaba de buen humor aún en los días de examen cuando el profesor le ponía 5 en matemática, él siempre sonreía y a veces parecía que se burlaba del profesor ante la nota. Daba la impresión que salía bien en los todos los exámenes, pero siempre se las arreglaba para aprobar los promedios finales.
-¡Hola! ¿Cómo estas Rubén?- dijo José cuando lo vio pararse del asiento del paradero, junto con otro amigo.
                Los dos estaban vestidos formalmente, camisa y pantalón de vestir, zapatos mocasines y de corbata azul marino. Parecían que se le acercaban rápidamente para venderle un par de enciclopedias en oferta o algún contrato de seguro de vida con un plan de pago muy económico.
-¡Hola José, gracias por haber venido!
-No Rubén, el agradecido soy yo- dijo José con cierta hipocresía.
-Te presento a Pablo un hermano del Templo.
-¿Cómo estas Pablo? mucho gusto.
                Luego del saludo protocolar, José y sus dos acompañantes subieron a una combi para dirigirse al templo, lugar de reunión.
                Durante el viaje José se encontraba un poco nervioso puesto que era la primera vez que asistía a una reunión de esta índole y comenzaba a imaginar que tal vez iba a ser demasiado para él y tendría que soportar estoicamente todos los sermones de algún Pastor con ganas de aburrir a un joven con cara de pecador confeso y despistado como él.
-¡Llegamos José!- se le escuchó decir a Rubén, mientras Pablo que se la había pasado todo el viaje leyendo la Biblia, salió del trance y dijo:
-          ¡Baja en la esquina por favor!- cerrando su Santa Biblia y acomodándose su también santa corbatita azul marino.
-          ¡Baja en Zubisarretaaaa!- Grito el cobrador que dicho sea de paso tenía una cara de pirañita de los que deambulan por la av. Grau de Lima angustiado por meterse una bolsita de “terokal” de a “Luca”. Pensó José mientras se alistaba para bajar.
-          ¡Apúrate amigo, baja rápido!- Siguió gritando el cobrador, dirigiéndose a José que estaba demorándose en bajar, ya que se había sentado al costado de una gordita y con empujones, sobaditas y algo más logro bajar casi extenuado.
-          ¡Qué tal raza!- dijo José al bajar.
-          ¡Qué se habrá creído este igualado!- dirigiéndose a Rubén y Pablo que preguntaban extrañados:
-          ¿Qué sucede José?
-          Lo que pasa es que a mí nadie me grita y menos ese candidato a huésped vitalicio del “Castro Castro”, lo digo por el cobrador ¿Qué? ¿no dio cuenta que estaba al lado de un cerro de senos y de piernas? ¿Y decirme amigo a mí? Sí, amigo, pero de lo ajeno será este “canevo” de “combi misia”.
-          ¡Cálmate un poco, recuerda tolerancia José tolerancia!- dijo Rubén esbozando su ya clásica sonrisa.
Pablo un poco sorprendido por el comentario sólo atino a decir:
-          ¡José seas bienvenido a nuestro templo!-

               Y llegaron a una casa pintada la fachada de blanco, era grande, tanto que parecía ocupar dos lotes de la manzana en la que se encontraban. Era sólo de un piso y tenía un portón negro abierto de par en par en las cuales estaban escritas con grandes letras el nombre: Iglesia Evangélica “Ríos de Agua Viva”.

               Entraron Rubén y José juntos, Pablo se quedó en la puerta con dos “hermanos” más que gentilmente le daban la bienvenida al joven tímido y más nervioso José.

               Ya en el interior de la Iglesia se observaba que había mucha gente y pocos asientos vacios pues habían llegado justo a la hora de inicio y aproximadamente eran las 7 de la noche. Viendo un asiento vacío José aprovecho la oportunidad para decir:
-          Yo me acomodo aquí nomas Rubén.
-          No, tengo reservado un asiento vació en primera fila para ti, más adelante, sígueme no tengas miedo- dijo Rubén caminando apresuradamente a lo que José contesto resignadamente con un movimiento de cabeza.

               Conocido era su miedo a sentarse en los primeros asientos en las aulas de la Universidad, siempre prefería sentarse al fondo porque se sentía más cómodo y de esta manera pasar desapercibido de vez en cuando ante una pregunta del “profe” que pudiera poner en duda sus conocimientos enseñados en clase.

-          Bueno te dejo porque tengo que apoyar a los demás hermanos, ¡ah! nos vemos más tarde- dijo Rubén dejándolo en la primera fila.
-          Muy bien Rubén- dijo José con un tonito que sonaba más bien a preso recién sentado en la silla eléctrica.

               Sentado, observó que el altar era elevado con una gran alfombra roja en el piso que le daba el aspecto majestuoso, el lugar tenía una buena iluminación y en el altar había lo que para José le parecía ser lo más cercano a un atril que se dejaba ver junto  con un micrófono. En las paredes sólo habían  grandes parlantes apostados a media altura y al fondo un par de guitarras eléctricas reclinadas en la pared junto a los demás instrumentos se distinguían de la periferia del sagrario.

               El ambiente era muy cordial, mucha amabilidad y concordia entre todos, apretones de manos, abrazos y parabienes entre hombres mujeres y niños se sucedían con gran beneplácito, parecía que en esos actos tan ceremoniosos se disfrutara de una forma intensa e inacabable como  si formara parte de un rito, preámbulo del que se iba a iniciar.

               Saludo tras saludo iban desapareciendo los pocos asientos vacíos que escasamente ya se podían ver y de un momento a otro aparece un “hermano” vestido de cuello y corbata dirigiéndose al atril y hablando por el micrófono agradeció a Dios por la asistencia de todos los fieles e invitando con amabilidad a levantarse de sus asientos para cantar una ofrenda musical.

               Y en ese momento se vio salir por los laterales a los músicos encargados y súbitamente surge una pequeña silueta dirigiéndose a la batería, sí es él, el inefable Rubén. José un tanto sorprendido por el hecho, ya que desconocía esa faceta de su menudo amigo, ya que “el chato” –era así como le decían en la universidad- nunca dio señales ni siquiera de tocar el triangulo en el colegio y así parecía porque era un poco huraño con los amigos y compañeros y se aislaba fácilmente de reuniones y diálogos ocasionales en los ambientes de la facultad.

               La primera canción se dejaba escuchar con gran fuerza y sus melodías llegaban a cada rincón del templo haciéndolo resonar. Todos en forma unísona cantaban con gran fervor, como si fuera una elevada oración que los llenaba de regocijo. La alegría comenzaba a envolver a José que por momentos solo aplaudía para no parecer ajeno a la realidad. Terminada la canción, el “hermano” del atril anunciaba la próxima entonación con lo que todos los presentes comenzaban a cantar.

               Fue así que José dejaba poco a poco su nerviosismo inicial, pero ahora se encontraba sujeto al  desconcierto que crecía canción tras canción. Interminable se tornaban las melodías que abrumaban sus impetuosas ganas de ser coparticipe de la exaltación general. Aplausos, bailoteos y hasta saltos acompañados de una gran determinación para cantar, cerrando los ojos a veces, seguidos de un armonioso movimiento de manos y piernas al compas de la música que por momentos parecía llegar al paroxismo, dejaban a José sorprendido y  con un sabor a estupor y sobresalto, ya al límite de la calma José empezó a especular sobre el panorama ancho y ajeno del que era testigo y comenzaba a increparse el porqué de su asistencia.
Evidente era ya su desgano que reflejaba a los demás. Cuando por la mente se le cruzaba la idea de salir del templo y se preguntaba: ¿Qué hago yo aquí un sábado por la noche?, recordaba las sabias palabras de su amigo Rubén: “Tolerancia, José, tolerancia”. Había perdido la cuenta de la cantidad de canciones, pero sí estaba seguro que pasaban sobradamente la media docena de ellas.

               El silencio se apodero de todos, hubo una gran calma inusitada que daba a
 la sensación a  libertad, los fieles miraban hacia el altar y el hermano en el atril con voz enérgica dijo:
-          ¡Gloria a Dios hermanos!
-          ¡Gloria a Dios!- fue la respuesta general que se dejo escuchar en toda la cuadra y quizás en todo el Callao.

                Después de invitar a sentarse  a los fieles, comenzó a leer un pasaje de la Biblia, acto seguido todos la abrieron y lo siguieron. Como era evidente José no tenia Biblia y solo se limitaba a quedarse quieto en su asiento. Fue entonces que la persona que estaba a su lado izquierdo compartió la lectura con él, agradeciendo ese gesto de cortesía y amabilidad, advirtió la delgada figura de su acompañante y observó que su rostro era fino y de nariz respingada, sus ojos eran grandes y de color del cielo que parecían brillar cuando lo miraban. Sí, era la chica más bella que había visto y lo que era mejor estaba junto a él. Sus dedos  largos y blancos le señalaban las líneas que se estaban leyendo, con una sonrisa, José quedó cautivado mientras leía.

                Terminada la lectura el hermano del atril habló a los fieles sobre la importancia de la fe.
-          “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. Efesios capitulo 2, versículo 8- dijo el “hermano” a todos.
¿Cómo se puede creer en un Dios que no se puede ver, ni sentir su existencia?-Se preguntaba José al escucharlo.
                No compartía las palabras pronunciadas pero sentía sí respeto a la creencia de todos y aunque de pequeño asistía a una Iglesia Católica, nunca creyó verdaderamente en algo. Tenía un apego hacía lo material y predominaba en él la búsqueda de identidad, de una reafirmación de su personalidad. Vacilante en las decisiones que tomaba, tenía en cuenta su desarrollo personal y la idea de ser reconocido ante su propio mundo. Moldeado por una “Sociedad moderna”, trataba de negar todo lo que no pudiera ver ni tocar. La dependencia cultural lo tenía atado y quería tener siempre la razón, y aunque a sus 23 años ya no era un adolescente a veces se comportaba como tal.
                En al altar se anuncia la presencia de una invitada especial de otro lugar. Su presencia era esperada de antemano por todos los fieles, que la consideraban una persona muy espiritual, dueña de un don sobrenatural. Se alistó junto al atril un micrófono más se acomodaba dos cámaras de grabación de video, que enfocaba a los fieles y hacia el altar. Muchos hermanos caminaban presurosos al fondo, parecía que algo muy importante estaba por ocurrir.
                Hizo su entrada hacía el altar una mujer madura de baja estatura, de figura gruesa, cabello corto y de rasgos caucásicos. Llevaba puesto un vestido floreado no muy largo y con pasos cortos pero firmes se dirigió al micrófono del atril, acompañada de un hombre de raro aspecto y de vestimenta estrafalaria. Llevaba puesto una camisa amarilla y saco dorado refulgente, pantalón negro de basta ancha y alta y que dejaban ver sus medias a cuadros marrones. El cabello lo tenía casi largo y mal peinado, sus gestos eran torpes. Parecía sacado de una tira cómica o de algún personaje de Disney.
-          ¡Good evening brothers and sister!- pronuncio la mujer.
-          ¡Buenas noches hermanos y hermanas!- dijo su estrafalario acompañante.
-          ¡My name es Daysi, miss Days!.-
-          ¡Ella es la señorita Daysi y yo mister Chilly, su intérprete- continuo no muy literalmente el susodicho.
                José comprendió que la presencia de miss Daysi al templo “coincidió” con su visita. Mientras escuchaba la traducción José observaba una gran disposición y deferencia de todos los fieles.
                La mirada dulce y a la vez penetrante reflejaba una simpatía contagiante. En cada palabra miss Daysi le daba una energía y firmeza, pero con moderación, que dejaba constancia que aquellas palabras le emanaban  y fluían a través de su cuerpo y no era un libreto aprendido, sino más bien algo espontaneo, surgido de muy dentro de su corazón.
-          ¡Demos gracias a Dios por su gran misericordia!-
-          ¡Aleluyaaaaa!- gritaron todos.
-          ¡Más fuerte que no se escucha hermanos!- replicó mister Chilly de forma independiente, gesticulando con sus manos exageradamente.
-          ¡Aleluyaaaaa!- se dejo escuchar esta vez en forma grandilocuente.
                Una mirada acusadora de mister Chilly comprometió a José a gritar mas fuerte, que empezaba ya a sudar al ver las cámaras grabando en primera fila.
-          ¡Dios es verbo hermanos!- seguía traduciendo mister Chilly.
                El cansancio y la falta de atención era algo que José no podía evitar y al escuchar las palabras del traductor, pensó que en ese momento el verbo que necesitaba era “sobrevivir”. Comenzó a mirar a mister Chilly que se encontraba a una buena distancia del atril y se quedó quieto preguntando para si.
-          ¿Dónde he visto antes a este señor?- El aspecto huachafo le pareció familiar y pensó socarronamente:
-          ¿No será un charlatán de los que abundan en la av. Abancay?- y mientras mister Chilly seguía traduciendo…
-          ¡Debemos apartarnos del pecado hermanos!- mientras José seguía pensando…
-          ¿O es tal vez un ex –pájaro frutero de la parada reinsertado en la sociedad?
                Era evidente que mister Chilly no le caía bien contrastando con la simpatía que irradiaba mis Daysi desde el atril, que a su vez trasmitía una paz contagiante, un semblante distinto a todos.
-          ¿quiero esta noche hacerles una gran pregunta?- al decir esto mister chilly y todos en el templo miraron con atención al altar donde estaba mis Daysi.
Hubo un silencio. Los fieles estaban muy atentos esperando, pero miss Daysi hizo una pausa como si tomase un pequeño descanso para meditar sobre lo que iba a decir.
-          ¡Levanten la mano todos los que son salvos!- Una pregunta muy simple que cayó como un rayo a todos los fieles.
                Nadie esperaba una pregunta como esa, fácil de responder, ya que casi de forma sistemática los fieles levantaron las manos con energía y rapidez y se podría decir también con un poco de jactancia.
                Para José las cosas son distintas; miedo, vergüenza mezclada con un poco de frustración, era más o menos parecido lo que sentía. Miraba a todos a su alrededor y se quedó estático, como esperando a que transcurran esos segundos que parecían una eternidad. Advirtió que la linda hermanita que estaba a su costado lo miraba y también, pero él no se dio cuenta, miss Daysi desde el altar. Pero como se esperaba él no levanto ni siquiera el dedo meñique, aunque con gusto lo hubiera hecho para no pasar ese mal rato, pero José era fiel a sus convicciones y no estaba dispuesto a fingir algo que no sentía ante todos los miembros del “club”, era así como llamaba al templo.
-          ¡Aleluya hermanos!-
-          ¡Aleluya!- gritaron todos mientras José se quedó callado.
                Fue después de esto, que el escenario se transforma y todo cambia porque un llamado apareció como un rayo pero esta vez caía sobre José.
-          ¡Vengan a mí los que no han levantado las manos!-
                La voz del atril lo sumergió en un profundo silencio, llevándolo a un terreno desconocido el cual dudaba en pisar. Una lucha interna se libraba en su corazón y las palabras se presentaban como una sentencia, que ya empezaba a gobernar en él, dejándolo totalmente vulnerable.
-          ¡Vengan para ser hombres nuevos y conocer la verdad!-
                Había algo en aquella voz que emergía del atril. José notaba algo distinto que no podía entender, ni tampoco su incredulidad que cuestionaba de que hombres nuevos y verdad se hablaba, aquella incredulidad que dominaba parcialmente su voluntad de dar un paso hacia delante.
                Y pronto vio pasar hacia el altar a una mujer que ya peinaba canas, caminando lentamente. Después de unos segundos vio a un hombre vestido informalmente, luego, uno, dos, tres…y más personas que se acercaban y las cámaras de grabación seguían cada momento, cada segundo transcurrido. Miss Daysi se alejo del atril y se quedo en las gradas del altar y uno de los hermanos que permanecían en el fondo tomo el micrófono para que pudiera continuar miss Daysi, que en ese momento levantaba las manos y mientras mister Chilly traducía:
-          ¡Acepta ahora a Jesucristo en tu corazón!- y casi inmediatamente…
-          ¡Hoy él te ofrece la salvación!
                Y poniendo su mano sobre la frente de la mujer, hablaron algo que no se dejo escuchar e inmediatamente la rodearon mas hermanos formando un circulo y luego de lo que pareció una pequeña oración, aquella mujer se desmayo cayendo lentamente hacia atrás, pero la oportuna reacción de los hermanos se evitó una fuerte caída. La sostuvieron y la dejaron echada en la alfombra donde permaneció su cuerpo yerto a un costado.
                Absorto ante el espectáculo que presenciaba, José no podía preguntarse más nada. Parado en la primera fila como un simple espectador, sintió un ingente impulso de ir hacia delante. Sólo cinco metros lo separaban físicamente del altar, pero tenía un temor, un miedo a qué le podía suceder. Una indecisión que laceraba su corazón y manejaba sus sentidos. Un hálito ufano se mostraba inexpugnable a su alrededor aislándolo del lugar en el que se encontraba.
-          ¡Esta noche Dios está esperando una persona!
                Una afirmación que pesaba como una losa sobre sus espaldas haciéndolo tambalear anímicamente. Unas palabras que lo sentenciaban totalmente a la pena máxima habida sobre tierra o la bendición más grande que persona podría recibir. No hay escapatoria él era el que faltaba…
-          ¡Él es el camino, la verdad y la vida!
                Terminando de decir esto miss Daysi hizo un alto a todo y empezó a mirar a todos los fieles como esperando una respuesta. Cada segundo prolongaba la incertidumbre y el silencio se hizo cómplice de él, dejando al templo al borde de una total conmoción.    
                No hubo mucho que esperar. Los fieles presenciaron la aparición de una persona que sobrecogió su mutismo, su aparición freno de golpe la incertidumbre reinante, dejándolos sólo en disimuladas miradas. José se levanto de su asiento para ir hacia la puerta de salida. Con pasos apresurados intentaba no mirar a nadie. Salió del lugar para dirigirse raudamente hacia el paradero. Subió a la combi y luego tomó el colectivo que lo llevaría a su casa.  No entendía aun lo que le estaba sucediendo esa noche. En el trayecto José pensaba en todo lo que le había ocurrido en el templo y por un momento se le cruzo por la mente la idea que todo fue una farsa y se dijo:
-          ¿Y si todo fue un engaño?
-          ¿Quién está detrás de todo esto?
-          ¡Ese mister Chilly sólo hizo un poco de teatro!
        Pero tenía dentro de él algo que lo estaba invadiendo y no podía explicarlo con razonamientos humanos y que oprimía su pecho con fuerza. Mientras veía por la ventanilla del colectivo la gente que salía de compras porque eran días cercanos a la navidad. Y súbitamente vino como palabras susurradas a su mente que le decían: Las personas que estas saliendo de compras apuradas y con muchos regalos estaban muertas y que el lugar de donde había salido las personas estaban vivas. José no entendía nada pero sintió tristeza por ellos. Entre tanto pensamiento surge la figura de su abuela a quien él llamaba mamá y sabía que lo esperaba en casa. Ella tenía el cabello color plata producto de sus años vividos y siempre aconsejaba a José el acercarse a Dios.
        Se dirigió a su casa, abrió la puerta con su llave e ingresa a la sala. Sentía tantas ganas de ver a su madre sentada en la silla de madera en el lugar de siempre de la cocina, como acostumbraba verla al llegar de estudiar. Pero esta vez, esta noche no la encontró y se sintió sólo, miró toda la cocina y luego se dirigió al patio y fue allí que su madre se encontraba tratando de lavarse los pies con un agua medicinal a base de hierbas para bajar la hinchazón producto de una infección que padecía.
        José al verla inmediatamente la ayudo y se arrodillo para lavarle los pies, su madre se sorprendió y dijo:
-          ¡Gracias hijo, que bueno que hayas llegado, me estaba preocupando por ti!
-          Sí mamá, es que vengo de una reunión en un templo.
-          dime hijo ¿cómo te fue?
José se quedo callado y siguió lavando a su madre, pero ella insistió.
-          Cuéntame hijo ¿Qué te sucede?
Sabes, había una Pastora invitada en aquel lugar y preguntó:
-          Levanten las manos todos los que son salvos y no levante la mano.
-          Pero hijo, no levantar la mano no es tan malo.
-          Pero después hizo que todos los que no lo sean se dirigieran hacia el altar de la Iglesia.
-          Y dime hijo ¿Tú qué hiciste?
               Fue en ese momento que José hizo una pausa, resumiendo en unos segundos todo lo que sentía en pocas palabras, pero no pudo más y rompió en llanto. Las lágrimas le brotaban recorriendo su mejilla hasta confundirse con el agua sobre los pies de su madre. Al levantar la cara su madre notó su llanto. José respondió:
-          ¡Mamá, no fui! ¡yo no fui!… ¡Él me llamó, pero yo no fui!
               Dicho esto José se lanzo hacía su madre abrazándola fuertemente. El llanto efusivo que no paraba estremecía su corazón haciéndolo sentir el ser más pequeño de toda la tierra. Su madre notó la diferencia en José, él no era de llorar de esa manera. Definitivamente hubo un motivo fuerte que lo llevase a ese estado y ella comprendía quien estaba de por medio.
               José sabía que ese momento era uno de los más importantes en su vida, la cual no lo cambiaría por nada y al transcurrir de los años el tiempo le dio la razón. Este es el fin del relato, pero el comienzo de una historia que empieza con un sábado. Un sábado como cualquiera que pasamos en casa, trabajando o divirtiéndose. Un día como otro, para José un día que siempre recordará. El junto a su madre en un tierno abrazo. Un momento dentro de la vida que le tocó vivir y las lágrimas que le tocó derramar. Bendiciones.